Marcela, una amiga feminista anónima, se nos casa. Está tan entretenida en los preparativos de la ceremonia religiosa y el reventón en salón de baile y toda la cosa, que no se ha detenido a pensar en lo incongruente de su actitud.
Pero como amigas que somos, nosotras nos sentamos -con café en mano- a pensar por ella para tratar de darle una explicación lógica a todo esto. Verán, Marcela ha sido por mucho tiempo una feminista de hueso colorado, y de hecho muchas de las excelentes calificaciones que obtuvo durante la universidad se debieron a su mirada analítica feminista con que un tema, aparentemente insignifcante, lo volvía un ejemplo de la cultura machista (bueno, ella lo decía más bonito).
Alguna vez, si no es que varias (aunque diga que no se acuerda) nos dijo que jamás se casaría por la iglesia ni gastaría dinero en bodas tontas. He ahí el motivo de este post, y el motivo de nuestro desconcierto. ¿Qué le pasó a Marcela? ¿Cuándo volvió a creer en el matrimonio? ¿Qué le hicieron? ¿Quién? ¿Qué sucedió?
Antes queremos aclarar que no es que no seamos partidarias del matrimonio, sino que nos sorprende que después de ser como era, ahora Marcela sea, simplemente, otra. Bueno, después de intercambiar pareceres de cómo pudo cambiar tanto, hemos llegado a la conclusión de que nuestra querida amiga Marcela, sencillamente... ¡¡ESTÁ ENAMORADA!! ¡Viva! Misterio solucionado. Caso cerrado.
Desde aquí queremos desearle a Marcela toda la suerte que se necesite para que su matrimonio triunfe en esta sociedad anti-amor, y queremos decirle que sí, somos feministas, pero al igual que ella todavía creemos en el romanticismo, el amor, la ilusión y el deseo de compartir con alguien nuestro futuro.